En un ambiente de
justificado pesimismo dieron comienzo esta semana en Montreux (Suiza) las
conversaciones de paz sobre Siria, patrocinadas por Washington, Moscú y las
Naciones Unidas. En efecto, la segunda ronda de consultas empezó con virulentos
ataques verbales de los representantes del Gobierno de Damasco contra los
emisarios de la ya de por sí fragmentada oposición política y con no menos
violentas contrarréplicas de las distintas agrupaciones de combatientes, en su
gran mayoría, de corte islámico, que acudieron muy a regañadientes a la cita de
la ciudad helvética. Malos presagios para el desenlace de una conferencia de paz poco deseada por las
partes en conflicto, aunque sí por los padrinos de ambos bandos – Rusia y los
Estados Unidos.
Huelga decir que las
dos superpotencias tratarán de aprovechar los encuentros de Montreux y Ginebra
para… enderezar los entuertos. Y ello, por la sencilla razón de que en el caso
de Siria, el guion preestablecido de la revolución
de Twitter, que algunos llaman pomposamente “primaveras árabes”, fracasó
estrepitosamente. Washington y sus aliados regionales – Arabia Saudí, Qatar y
Kuwait - no lograron derrocar a Bachar el Assad. El hombre fuerte de Damasco
logró sobrevivir. ¿El precio de su victoria pírrica? Un baño de sangre que se
cobró alrededor de 130.000 vidas de civiles inocentes. Cabe suponer que los daños colaterales hubiesen podido ser
mucho más elevados si los planes bélicos del Presidente Obama llegan a materializarse.
El Kremlin logró en el último momento frenar la aparatosa ofensiva militar
ideada por el… Premio Nobel de la Paz. ¿Simple casualidad? ¿Golpe de suerte?
Decididamente, no. Las autoridades rusas recurrieron a las tácticas de guerra
convencional para neutralizar los impulsos bélicos del inquilino de la Casa
Blanca. Y Obama no tuvo más remedio que dar marcha atrás…
A partir de este
momento, surge el interrogante: ¿cómo gestionar un conflicto sin vencedores ni
vencidos? Para las dos superpotencias, ello se convierte en una misión
imposible. Y más aún, teniendo en cuenta que los nuevos aliados de Occidente, es decir, los movimientos de guerrilla
anti régimen, no disimulan su ideología yihadista ni las estrechas relaciones
con Al Qaeda, la agrupación terrorista
que encarna al enemigo de la cristiandad. Obviamente, la Casa Blanca se equivocó de…
aliado.
Para Moscú, en empecinamiento
de Al Assad provoca un sinfín de
quebraderos de cabeza. Rusia no quiere renunciar a la mayor base naval que
gestiona en el Mediterráneo: el puerto sirio de Latakia. Sin embargo, el apoyo
incondicional al tirano de Damasco empieza a resultar molesto. Los tiempos han
cambiado; Moscú ya no puede permitirle el lujo de defender a los dictadores.
Sin embargo, resulta
sumamente difícil poner sobre la mesa el borrador del documento redactado en
junio de 2012, que contempla la puesta en marcha de un proceso de transición,
un diálogo nacional, la modificación del sistema jurídico y la celebración de
elecciones libres bajo la supervisión de un Gobierno pluralista de transición.
Estas son las exigencias de los detractores de Al Assad, recogidas en un plan
de acción presentado por las Naciones Unidas.
Para el Gobierno de
Damasco, las consultas deben centrarse en la lucha contra el terrorismo, es
decir, contra la mayoría de los movimientos insurgentes.
Si a este galimatías
diplomático se le suma el apoyo de Teherán al régimen de Al Assad, el
involucramiento político y financiero de los países conservadores de la región
en el conflicto, llegamos fácilmente a la conclusión de que el llamado proceso de paz sirio tardará en
materializarse.
Más víctimas, sangre y
muertes en perspectiva.
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