Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
Pierda mi diestra su destreza.
Pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
Si de ti no me acordare…
Si de ti no me acordare…
(Salmos 137:5-6)
Podría parecer un tanto extraño
empezar este análisis con una cita bíblica. Una extravagancia digna de aquella
milenaria urbe, venerada por las tres grandes religiones monoteístas. Judíos,
cristianos y musulmanes la invocan siempre en sus rezos; la aman, la respetan,
la odian. Jerusalén, Yerushalayim, Al Quds, cuna, refugio y tesoro de credos y
culturas diferentes, de tradiciones dispares o convergentes, donde la ternura y
el rencor se entremezclan desde el alba hasta el crepúsculo.
Ciudad abierta, patrimonio
universal, ciudad de nadie. He rezado en el Santo Sepulcro, he honrado a las
víctimas del Holocausto en el Muro de las Lamentaciones, me he detenido, a la
sombra de los olivos, en la explanada de las Mezquitas. La Jerusalén que llevo
en el corazón, la ciudad de paz, de la inexistente Paz, está bañada, al
anochecer, por los rayos de Sol color púrpura, que convierten el cielo en un
manto ensangrentado.
Al que eso escribe no le ha
sorprendido, pues, la decisión del fervoroso Donald Trump de reconocer
Jerusalén como capital del Estado de Israel. Una decisión, dicen, que obedeció
más a una promesa electoral formulada ante una asamblea de cristianos
evangélicos que a consideraciones de alta política internacional. Sabido en que
el Presidente de los Estados Unidos
desconoce el concepto de “visión histórica”. En sus recientes giras
internacionales logró indisponer a los aliados europeos, acentuar la escisión entre
las corrientes mayoritarias del Islam, los chiítas y los sunitas, enemistarse
con los vecinos de su país. La capitalidad de Jerusalén era, pues, una…
asignatura pendiente. Tal vez no la única ni la última.
Trato de hacer memoria: en el
plan de partición de Palestina elaborado por las Naciones Unidas en 1947,
Jerusalén aparece como corpus separatum, sometido
a la administración internacional. En principio, el equipo de altos cargos de
la ONU, coordinado por el español Pablo de Azcárate, tenía que haber sentado
las bases de la administración de Jerusalén. Azcárate coincidió en esa misión
con el conde Folke Bernardotte, diplomático sueco que había desempeñado
importantes tareas de mediación durante la Seguda Guerra Mundial. La primera
propuesta de Bernardotte tras su llegada a Palestina contemplaba la creación de
un solo Estado, integrado por… ¡árabes y judíos! Tras el fracaso de este
proyecto, la ONU elaboró un segundo documento, en el que se contemplan la creación
del Estado de Israel, el establecimiento de relaciones armoniosas entre las dos
comunidades étnicas, la firma de una tregua o acuerdo de paz entre árabes e israelíes,
la internacionalización de Jerusalén, otorgando autonomía a los vecinos
pertenecientes a las comunidades hebrea y musulmana, el regreso a los
territorios controlados por Israel de los pobladores árabes expulsados durante
la guerra de Independencia. En resumidas cuentas, una serie de propuestas conflictivas,
que no se han materializado en las últimas siete décadas. ¿Fue esta una de las
razones por las que Bernardotte fue asesinado en Jerusalén en septiembre de
1948? Lo cierto es que la misión de la
ONU empezaba con malos augurios.
Jerusalén, declarada capital del
Estado judío en diciembre de 1949 por el entonces Primer Ministro David Ben
Gurion, ha sido siempre la manzana de la discordia del enmarañado conflicto
israelo-palestino. Durante décadas, el establishment
hebreo defendió la capitalidad de la ciudad Tres Veces Santa. Tras la
ocupación en 1967 del sector oriental (árabe), los israelíes empezaron a
coquetear con la idea de la “reunificación” de Jerusalén. En los años 90, se
acuñó el término de “capital eterna e indivisible” de Eretz Israel. Para la
comunidad árabe, Al Quds (Jerusalén) es y será la capital de “su” Estado: la
Palestina independiente. Conviene recordar que durante las consultas llevadas a cabo en los últimos 30 años, los
negociadores tropezaron con este insalvable obstáculo.
La decisión de Donald Trump de
reconocer Jerusalén como capital de Israel no sólo desató la ira de los
musulmanes, sino también la reprobación de los aliados europeos de Washington.
En efecto, mientras el movimiento islamista Hamas, que controla la Franja de
Gaza, apuesta por desencadenar la tercera intifada, que debería culminar con la
liberación definitiva del tercer santuario del Islam, Jordania y Turquía
coordinan sus esfuerzos para crear un frente de rechazo amplio del mundo
musulmán contra la iniciativa de la Casa Blanca. Arabia Saudita y Qatar –
“hermanos enemigos” - se suman al
concierto de voces árabes que condenan la decisión de Trump. Francia tilda la resolución
de “lamentable”; Rusia, de “peligrosa”; Turquía, de “irresponsable”.
Para los politólogos, el gesto de
Donald Trump acabará neutralizando la iniciativa de paz de su yerno, Jared
Kushner, generando acciones violentas en los territorios palestinos, desestabilización
en la zona y nuevas amenazas terroristas.
Pese al discurso triunfalista del
Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu, la Bolsa de Tel Aviv cerró a la
baja el pasado miércoles, siguiendo la tónica de la mayoría de los mercados
asiáticos. Síntoma de nerviosismo: los israelíes se precipitaron a comprar… dólares, reacción lógica y
habitual en vísperas de conflictos bélicos.
Estiman los analistas que el
precio del crudo experimentará un notable incremento en las próximas semanas.
Si bien el año podría terminar con una cotización de 80 -88 dólares por barril
de oro negro, se calcula que en el primer semestre de 2018 el precio podría
superar la cuota de los 100 dólares.
Pero recordemos que el Presidente
Trump ha hecho un llamamiento a la… calma.
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