Los saudíes invierten en empresas de alta tecnología israelí en la Bolsa
de Nueva York. La sorprendente noticia, publicada a mediados de los
años 90 del pasado siglo por un rotativo de Tel Aviv, provocó la ira de las
autoridades de Riad, que se apresuraron en desmentirla, recordando sin embargo
a los súbditos del reino wahabita la prohibición de comerciar con Israel decretada
por la Liga Árabe.
Pero no fue ésta la única
filtración periodística relacionada con los intercambios comerciales entre los
dos países, archienemigos desde la creación del Estado judío hasta el
advenimiento de un rival común: la República Islámica de Irán.
Arabia Saudita tuvo que suspender
el boicot comercial a Israel en 2005, tras su ingreso en la Organización
Mundial del Comercio (OMC), foro internacional de penaliza estas prácticas. Sin
embargo, la prohibición oficial seguía vigente en 2006.
Las siempre discretas relaciones
económicas se multiplicaron en los últimos dos lustros. En 2015, Riad y Tel
Aviv negociaron, a través de una empresa suiza, la compra de sistemas
electrónicos de vigilancia. Huelga decir que Israel comercializó esos sistemas
en otros países del Golfo Pérsico. Más espectacular fue la venta de drones de
fabricación israelí al reino wahabita, una operación triangular realizada a
través de… Sudáfrica, donde los aparatos se desmontaban completamente. El reensamblaje
se efectuaba en suelo saudí.
En junio de 2016, una delegación de
catedráticos y hombres de negocios saudíes visitó Israel. Lideraba la misión el
general retirado Anwar Ashki, fundador del Centro de Estudios Estratégicos y
Jurídicos de Oriente Medio y personaje con mucho predicamento en la Corte. Ante
el revuelo provocado por la difusión de
la noticia, los saudíes se apresuraron a poner los puntos sobre las “íes”. En
una entrevista concedida a la televisión egipcia, el Ministro de Asuntos
exteriores, Adel al-Jubeir, aseguró que Riad no tiene intención alguna de
establecer relaciones con Tel Aviv si las autoridades hebreas se resisten a
aceptar el plan de paz saudí de 2002.
Sin embargo, desde el punto de
vista estrictamente político, los primeros indicios del acercamiento entre los
dos países se detectan tras la coronación, en 2015, del rey Salman y el vertiginoso
ascenso en las esferas del poder de su hijo, Mohamed, heredero de la
Corona. Se rumorea que el príncipe
efectuó una visita privada relámpago a Israel hace un par de años. Curiosamente,
la información no ha sido confirmada por las autoridades hebreas ni desmentida
por los saudíes.
Pero las relaciones secretas o,
mejor dicho, discretas entre Tel Aviv y Riad se remontan a la última década del
siglo pasado. En efecto, durante la primera Intifada, cuando los políticos y
los estrategas hebreos buscaban una solución rápida al conflicto de los Santos
Lugares, es decir, de la soberanía de la Explanada de las Mezquitas de
Jerusalén, se barajó la posibilidad de traspasar el control de los santos
lugares musulmanes a la Corona wahabita, custodia de las Sagradas Mezquitas de
Meca y Medina. Los saudíes rechazaron la propuesta, recordando que la protectora
de la ciudad santa de Al Quds (Jerusalén) era la Casa Real hachemita, algo que
los israelíes pretendían evitar ya que su objetivo era neutralizar o invalidar los
lazos entre Amman y la comunidad palestina de Cisjordania. Un cálculo fácil de
comprender, teniendo en cuenta que más
del 50 por ciento de la población de Jordania es de origen palestino. Cortar
los lazos políticos y sentimentales entre las dos orillas del Jordán implicaba,
pues, un mayor control sobre la población de Cisjordania.
Después de las llamadas “primaveras
árabes”, los contactos entre Israel y los países del Golfo experimentaron un espectacular
incremento. Ello se refleja en la presencia nada ostentosa de representaciones
económicas y comerciales de algunos
regímenes árabes “moderados” en Tel Aviv.
El Estado judío no renunció a su
estrategia de acercamiento a Arabia Saudita. Con el paso del tiempo, surgieron nuevos
intereses convergentes. Al temor de los israelíes ante la posible
militarización del programa nuclear iraní (la destrucción total de la “entidad
sionista” sigue siendo uno de los objetivos prioritarios de la revolución
islámica) se sumó la acentuación del conflicto entre las dos grandes corrientes
del Islam – los chitas lo los sunitas – lideradas por el régimen de los
ayatolás de Teherán y la dinastía saudí. Obviamente, tanto Tel Aviv como Riad
tienen interés en derrotar, véase aplastar, a los iraníes.
La aproximación entre los antiguos
rivales es cada vez más patente. Hay intercambios de información comercial, de
datos relativos a la inteligencia militar en el conflicto de Siria. Se habla de
connivencia a la hora de presentar iniciativas diplomáticas destinadas a
limitar la reciente influencia iraní en Siria y en el Líbano, del deseo de
ambos Gobiernos de neutralizar los contactos entre Teherán y los movimientos
islamistas Hamás y Hezbollah. Recordemos que en la década de los 90, los
servicios de inteligencia militar hebreos facilitaron los contactos de Hamas
con Teherán, estimando que ello alejaría a los radicales palestinos del
movimiento chiita Hezbollah, aparentemente más “peligroso” debido a la
inmediatez geográfica. Un error de cálculo de Tel Aviv, ya que los iraníes
delegaron las relaciones con Hamas en sus aliados libaneses.
Hace apenas unas semanas, un prestigioso
medio de comunicación saudí publicaba una extensa entrevista con el Teniente
General Gadi Eizenkot, jefe del Estado
Mayor del ejército hebreo, quien hizo especial hincapié en el deseo de Israel de
intercambiar información con Arabia Saudita o cualquier otro país árabe “moderado”
sobre asuntos de seguridad relacionados con el poderío militar de Irán. Un
mensaje transparente, que recordaba la frase pronunciada en reiteradas ocasiones
en los foros internacionales por políticos y miembros de la Casa Real saudí:
“Ya no somos enemigos”.
El enemigo común es… ¡Irán!
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