La tercera ronda de consultas
entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre las modalidades de desconexión de
los británicos (Brexit) finalizó sin resultados aparentes. Los temas abordados
por los negociadores, la factura de Londres, los derechos de los ciudadanos
europeos residentes en Gran Bretaña y de los ingleses que viven en la Europa
comunitaria y la frontera entre las dos Irlandas – Eire y Ulster – no hallaron
respuesta positiva. ¿Falta de imaginación, de voluntad política? Lo cierto es
que la negociación se ha encallado.
Hay buenas razones para
preocuparse; la desconexión total de Inglaterra debe materializarse el 29 de
marzo de 2019, es decir, en apenas 18 meses. En el campo de los pesimistas, hay
quien habla ya de un divorcio “por las bravas”, de una inevitable e irreparable
ruptura. Los optimistas, por su parte, sueñan (sí, ¡esa es la palabra!) con la
celebración de un segundo referéndum destinado a invalidar los resultados del
primero. Los “eurócratas” se ratifican en su postura primitiva: fuera significa
fuera, con todas las consecuencias.
Los emisarios de Londres,
que reclaman un estatuto “especial” para el Reino Unido o, como afirman
algunos, una relación “lo más profunda posible”, no parecen dispuestos a
transigir a la hora de cuantificar la deuda británica.
Conviene recordar que
Londres ha gozado hasta la fecha de este ansiado “estatuto especial”, que le
permitía disfrutar de las ventajas de la asociación – finanzas comunitarias,
mercado único, libre circulación, sistema sanitario europeo – sin hacer frente
a los posibles o imaginables inconvenientes: adopción de la moneda única o
acatamiento de las normas de una ya de por sí devaluada política agrícola común.
Bruselas cuantifica la
deuda de Londres en unos 60.000 ó 100.000 millones de euros, que incluyen los
compromisos financieros adquiridos por el Reino Unido hasta el año 2020. Se
trata de programas de financiación comunitaria negociados antes de la
celebración del referéndum sobre la salida de la Unión. Aunque al inicio de las consultas sobre el
Brexit los británicos se comprometieron a respetar sus “obligaciones morales”,
el actual jefe de la delegación inglesa, David Davis, lamenta que “UE reclama al
contribuyente británico un montante demasiado elevado”. Por su parte, el negociador europeo, Michel
Barnier, estima que “los 27 contribuyentes europeos no deben pagar los
compromisos adquiridos en su momento por los 28”. Concluyente y contundente
resultó ser el comentario del actual jefe del Foreign Office, Boris Johnson,
que resumió la postura de Londres con la lacónica frase: “los líderes de la UE
deben irse a tomar viento”…
Barnier estima que la
propuesta de Londres sobre el funcionamiento de la región fronteriza entre las
dos Irlandas es una especie de “caballo de Troya” ideado para facilitar el
ingreso de las exportaciones británicas en la UE, haciendo caso omiso de la
normativa comunitaria. Pero… fuera significa fuera.
Por otra parte, el tema
de los derechos de los ciudadanos europeos y británicos quedaría aparcada hasta
el final de las consultas. Algo que los europeos no parecen dispuestos a
aceptar.
En resumidas cuentas, el
matrimonio entre Londres y Bruselas está a punto de romperse tras cuatro
décadas de accidentada convivencia. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado
hasta aquí?
Trato de hacer memoria.
El 14 de enero de 1963, el general Charles de Gaulle, presidente de la
República Francesa, vetó la candidatura británica al Mercado Común. De Gaulle,
uno de los últimos grandes estadistas del Viejo Continente, hizo hincapié en la
incompatibilidad de los intereses económicos continentales e insulares,
subrayando el hecho de que el ingreso de Londres perjudicaría la política
agraria común europea, convirtiendo, además, la Comunidad Económica Europea en
una gran zona de libre cambio. Por si fuera poco, el militar francés opinaba
que la relación privilegiada del Reino Unido con Norteamérica, transformaría la
Europa europea en una Europa atlántica. De hecho, De Gaulle dudaba de la
vocación europea de los ingleses, a los que tachaba de… “isleños”.
Los británicos lograron
su adhesión a la entonces CEE tras la retirada del general De Gaulle. El
brillante profesor de literatura francesa que le sucedió levantó el veto.
Sólo cabe preguntarse:
¿quién se equivocó? Aparentemente, los temores del general acabaron
materializándose…
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