domingo, 20 de agosto de 2017

Justificada ira


Justificada ira, de quienes ven en los atentados de Barcelona y Cambrils el reflejo del enfrentamiento entre el Bien y el Mal, la civilización y la barbarie, la tolerancia y la negación, véase la destrucción del otro

Justificada ira, de quienes defienden los valores de la sociedad democrática, rechazan el oscurantismo de estructuras feudales que alimentan el odio, fomentan el radicalismo, financian las redes terroristas.
Justificada ira. Ira contra el enemigo que golpea; contra la amenaza invisible que se está adueñando del alma de nuestra sociedad. De la amenaza verde: el Islam…

Ira contra un enemigo fabricado, allá por los años 90 del pasado siglo, por quienes decidieron poner fin al enfrentamiento ideológico Este-Oeste, por quienes firmaron, tal vez precipitadamente, el acta de defunción del imperio soviético. 

El nuevo enemigo, el Islam, se manifestó por vez primera el 11 de septiembre de 2001. ¿Islam o Islam radical? ¿Musulmanes o árabes violentos? ¿Terroristas descerebrados o disciplinados combatientes de un ejército planetario, liderado por un carismático caudillo: Osama bin Laden?
Desde el verano de 1991, fecha en la que los politólogos estadounidenses fabricaron la amenaza verde, el mundo se divide en dos bandos: el Bien, encarnado por los valores de Occidente y el Mal, sumido en el nebuloso universo del terrorismo. (Aquí falta, probablemente, la palabra clave: islámico. ¿No le parece, estimado lector?)

El Bien, víctima de las constantes agresiones perpetradas por el Mal, se defiende con sus predilectas herramientas: la Ley y el Orden.

¿Se defiende? Esta es la cuestión. Las valoraciones del “establishment” del primer mundo, de los países industrializados, carecen del indispensable rigor científico. ¿Cómo y por qué surge el radicalismo islámico? ¿Dónde hallamos las raíces del mal? ¿A quién le beneficia en enfrentamiento entre Islam y Occidente?  Y, por ende, ¿quién financia el gigantesco entramado terrorista? Occidente, que parecía haberse sumado a la guerra total contra el terrorismo declarada en 2001 por el entonces presidente Bush, se ha caracterizado por su dejadez, por el laxismo.

Recuerdo que a finales de la década de los 80, al regresar de una larga estancia en Oriente Medio, detecté indicios de una incipiente actividad islamista en los enclaves españoles del Norte de África: Ceuta y Melilla. Se me ocurrió sugerir a los medios de comunicación madrileños la elaboración de un informe periodístico sobre el fenómeno, que había presenciado los años anteriores en otras latitudes. Tropecé, sin embargo, con la negativa de quienes evaluaban el interés informativo de las noticias.

Unos años más tarde, en 1997, me llamó la atención la publicación, en Francia, de un ensayo titulado Islamisme et États-Unis – une alliance contre l’Europe, cruel y fidedigna radiografía de la implantación de movimientos y células de corte islamista en el Viejo Continente. España figuraba, ya en aquel entonces, en la lista de países afligidos por el mal. Los servicios de inteligencia galos (¡y españoles!) habían detectado estructuras radicales en Andalucía, Valencia, Cataluña y Aragón; unas estructuras integradas por marroquíes y argelinos, financiadas con… dinero saudí. Los políticos madrileños no desconocían los hechos. Pero el lugar de estrechar la vigilancia, algunos optaron por imaginar una aberrante Alianza de Civilizaciones, integrada por europeos buenistas y musulmanes… buenos. Los resultados son harto conocidos.

Si bien la amenaza verde es una invención de origen transatlántico, la materialización del proyecto se debe, ante todo, al wahabismo saudí. Los príncipes del oro negro participaron activamente a la creación de Al Qaeda, instrumento ideado para facilitar la expulsión de los herejes rusos de Afganistán. Más la liberación (¿liberación?) de la tierra musulmana iba a ser sólo una primera etapa del largo caminar ideado por los radicales islámicos. Siguieron las repúblicas ex soviéticas de Asia, donde los comandos de Al Qaeda tropezaron con el rigor del ejército ruso. En este caso concreto, Occidente censuró la violencia de Moscú. Chechenia, Abjasia y Daguestán quedaban muy lejos.

También se hizo caso omiso de la presencia de fondos saudíes en estos conflictos. Al igual que durante la guerra de Bosnia, donde la teocracia del país de las dunas logró adueñarse temporalmente de las estructuras administrativas del nuevo Estado.

Durante más de dos décadas (hay quien estima que la penetración saudí dio comienzo a mediados de los años 60 del pasado siglo) Occidente ha sido incapaz de plantar cara al poderoso aliado saudí. Los intereses económicos privan…
 
Hoy en día, las cadenas de televisión religiosas han invadido el mundo musulmán. La cultura islamista se ha generalizado. En Argelia, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto o Mauritania, los jóvenes padecen el virus del adoctrinamiento radical. Las democracias occidentales repiten los cacareados slogans anti islamistas. Las fuerzas de seguridad cantan victoria tras el desmantelamiento de las células activas o durmientes. Pero nadie se atreve a extirpar las raíces del Mal.

¿Laxismo? ¿Dejadez? ¿Cobardía? Justificada ira. Y malos, pésimos augurios para las instituciones democráticas.       

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