¿Cree usted que Donald Trump tendrá el gatillo fácil? preguntaba en la tarde del jueves un estudiante que asistía a un
curso sobre las implicaciones políticas del inacabable conflicto de Oriente
Medio. La respuesta llegó unas horas más tarde, cuando los destructores USS Porter
y USS Ross de la armada estadounidense dispararon 59 misiles Tomahawk contra la
base de Shayrat, un aeropuerto militar situado a cuarenta kilómetros de Homs.
Para los politólogos pro americanos, que son legión en los países de Europa
oriental recién integrados a la Alianza Atlántica, se trata de una acción de
represalias firme, equilibrada y que no
ha causado bajas humanas. Un punto de vista respetado y alabado por los
atlantistas.
Poco antes
del inicio de esa acción bélica minuciosamente preparada, el Presidente Trump
apareció ante las cámaras de televisión para anunciar, en tono melodramático, la
decisión de la Casa Blanca de castigar a quienes decidan cruzar las líneas rojas. La actuación fue aplaudida por los
Gobiernos europeos, que coinciden en culpar al presidente sirio, Bashar Al Assad,
por la pérdida de vidas humanas en el ataque con armas químicas perpetrado el
pasado martes contra la población civil de Jan Seyhún. Sin embargo, los rusos,
valedores del hombre fuerte de Damasco, rechazaron las acusaciones de la
oposición siria, basadas en un informe elaborado por servicios de inteligencia
militar turcos. Huelga decir que los soldados rusos acantonados en la base de Shayrat
resultaron ilesos. Oficialmente, Washington les había informado sobre la
inminencia del ataque.
La decisión
de Trump de vengar la muerte de los 86 civiles sirios sorprendió a
los analistas militares, poco propensos a imaginar una respuesta de esta
envergadura durante las primeras semanas del mandato del Presidente. Pero, ¿de
verdad se trataba de una venganza contra el régimen de Al Assad? Hay quien
estima que la acción de Donald Trump tiene múltiple lectura. Se insinúa que el
ataque debe interpretarse como una advertencia a las autoridades de Teherán o
de Pyongyang, que no dudan de hacer alarde de su poderío militar.
Irán, la bestia negra del Estado de Israel, no
oculta la existencia de su arsenal bélico. Teherán exhibe sus misiles de corto
y medio alcance, que se han convertido en una auténtica pesadilla para los
ejércitos de la zona. Si bien es cierto que la destrucción física de la llamada
entidad sionista figuraba en el
programa de Gobierno de la revolución islámica liderada hace décadas por el ayatolá
Jomeyni, conviene recordar que los cohetes iraníes pueden alcanzar cualquier
objetivo situado en el Mediterráneo oriental y central, poniendo en jaque a los
generales turcos, búlgaros, rumanos, serbios e… italianos. Sin embargo, los
europeos confían en la cordura de los
iraníes.
Distinto es
el caso de Corea del Norte, cuyas provocaciones irritan tanto a sus vecinos
inmediatos – Corea del Sur y Japón – como a los estrategas de Washington. Corea
propugna una guerra total contra el imperialismo
yanqui, amenaza que el Pentágono parece haberse tomado en serio.
Por último,
aunque no menos importante, es la advertencia lanzada al Kremlin.
Aparentemente, Donald Trump no desea que Oriente Medio se convierta en el patio
trasero de Moscú, que Rusia recupere protagonismo en una región cuyo control
había perdido en los años 90, tras el desmembramiento de la URSS. La vuelta de
los rusos a la zona, en un momento en el que Damasco parecía haber perdido la
iniciativa militar, convirtió a Siria en un campo de combate entre Oriente y
Occidente. De hecho, la aviación rusa llevó a cabo desde el primer momento
ataques contundentes contra las agrupaciones islámicas apoyadas por Arabia
Saudita, Qatar y… los Estados Unidos. La precisión del operativo bélico ruso
irritó sobremanera a los dirigentes de la alianza proccidental. Demasiado
tarde…
Obviamente,
los designios del Kremlin son distintos. ¿Qué argumentos podría emplear Donald Trump
para frenar la ofensiva rusa en la zona? Ni que decir tienen que el ataque
contra Shayrat no va a disuadir a Rusia; más bien, todo lo contrario. La
suspensión de los contactos entre militares rusos y estadounidenses en la
ofensiva contra el Estado Islámico podría redundar en una victoria para Moscú
e, directa o indirectamente, de su aliado Bashrar Al Assad. Conviene recordar
que tanto la Casa Blanca como las autoridades de Ankara tienen interés en
defenestrar al Presidente sirio. Para Washington, sería la culminación del
proceso de las llamadas primaveras
árabes, obstaculizadas por la testarudez del dictador sirio. A su vez, los
turcos ansían la marcha de Al Assad, enemigo poderoso, y su sustitución por un
político más débil, léase, dócil. Turquía se juega mucho en la guerra de Siria.
Se habla del control de los recursos acuíferos, de la difícil convivencia con
la minoría kurda, del éxodo de poblaciones desplazadas…
¿Y Rusia?
¿Cuáles son sus intereses en la zona? No hay que olvidar que la apuesta mezo
oriental del Kremlin no obedece, sola y únicamente, a posibles (aunque cada vez
más dudosas) consideraciones de índole ideológica. Rusia cuenta con una
sofisticada red de instalaciones militares en Siria, un núcleo táctico difícil
de abandonar ante un posible recrudecimiento de los enfrentamientos entre
grandes potencias.
El error
cometido por Barack Obama fue creer que había logrado poner de rodillas a los
gobernantes moscovitas. Mas los kremlinólogos de Washington se habían
equivocado. Vladimir Putin siguió su
camino, confiando en el renacer de la Madre
Rusia.
Será este el
mayor desafío para Donald Trump. Un desafío en el que los cacareados ataques
cibernéticos apenas tendrán cabida.
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