Los
“eurócratas” dieron un gran suspiro de alivio al comprobar que el electorado
austriaco se decantó, hace apenas unas semanas, por el candidato ecologista
independiente a la presidencia de la República, Alexander Van der Bellen. Su
contrincante, el derechista Norbert Hofer, estuvo a punto de alzarse con la
victoria en la primera vuelta de la consulta, celebrada en el mes de mayo. Sin
embargo, el Tribunal Constitucional anuló los resultados de los comicios al
detectar irregularidades en el recuento de los votos emitidos por correo.
Pero, ¿qué
temían los representantes de las altas instancias comunitarias? Las
atribuciones del Presidente de Austria son, al menos aparentemente, bastante
limitadas. Mas el Jefe del Estado ostenta también el cargo de comandante el
jefe del Ejército. Tiene la prerrogativa de nombrar al Canciller (Primer
Ministro) y de disolver el Parlamento. Demasiado poder para un estadista
perteneciente a una agrupación radical de extrema derecha como el FPÖ (Partido
para la Libertad de Austria), dispuesta a cambiar el rumbo de la política de
este país centroeuropeo, que vio nacer el su suelo a Adolfo Hitler y llegó a
ser gobernado, allá por los años 80 – 90 del pasado siglo, por el diplomático Kurt
Waldheim, acusado de haber cometido crímenes contra la Humanidad durante la
Segunda Guerra Mundial. El recuerdo de aquellos episodios convulsos permanecen,
tal nubes negras, en la memoria de los austriacos.
El resurgir
de la extrema derecha europea, la agresividad de la retórica empleada por sus
líderes en el avance hacia las cimas del poder, preocupan tanto a la clase
política como a los expertos en ciencias sociales, quienes divisan en la
propagación del llamado populismo un
profundo malestar de la ciudadanía. Algunos, como por ejemplo los partidos de
izquierdas, achacan el fenómeno a los estragos causados por la crisis
económica; otros prefieren recurrir, simplemente, al miedo a la globalización.
Miedo o
rechazo, poco importa. Según un estudio realizado recientemente por la
fundación alemana Bertelsmann, el electorado europeo prefiere dirigir sus
miradas hacia las opciones populistas de derechas, que rechazan cualquier
intento globalizador, empezando por la tan cacareada integración europea. La
encuesta llevada a cabo por los expertos de la fundación en 28 países de la UE
pone de manifiesto que alrededor de la mitad de los europeos – un 45 por ciento
- considera que la globalización es perniciosa. Rechazan el fenómeno el 55 por
ciento de los austriacos, el 54 por ciento de los franceses, el 39 por ciento
de los italianos y los españoles, el 36 por ciento de los británicos. A ellos
se suma el 47 por ciento de los húngaros, el 40 por ciento de los holandeses y
el 45 por ciento de los alemanes.
Curiosamente,
no se trata de una opción ideológica, sino del divorcio entre la sociedad y la
clase política tradicional. Estiman los sociólogos alemanes que los factores
que inciden en la decisión de los ciudadanos son: la educación, el nivel
económico y la edad.
La crisis
económica genera, a su vez, una masa de maniobra importante para la extrema
derecha europea. Es uno de los argumentos esgrimidos por el 67 por ciento de
los votantes del Frente Nacional francés, el 54 por ciento de los afiliados a
la Liga Norte italiana, el 49 por ciento de la Alternativa para Alemania (AfD)
o el 32 por ciento de los miembros del Partido para la Independencia del Reino
Unido (UKIP).
Todos y cada
uno reclaman la vuelta a los valores tradicionales, es decir, al nacionalismo
aislacionista.
Detalle interesante: los expertos de Bertelsmann no han analizado la otra faceta del fenómeno: el
populismo de izquierdas. ¿Por qué será?
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