Veamos. El
magnate Donald Trump, extraño e impredecible multimillonario, se alzó con la victoria
en las elecciones presidenciales celebradas esta semana en los Estados Unidos. Algo
realmente inimaginable, por no decir, poco deseable o deseado. ¡Una sorpresa!
Para el que
esto escribe, no se trata de una sorpresa. Conociendo la supina ignorancia del
ciudadano norteamericano en los asuntos de estado, sus tendencias
aislacionistas, su justificado (o no) egoísmo a la hora de abordar los
candentes asuntos mundiales, la victoria de Trump parecía más bien predecible. Y
ello, por distintas razones, empezando por la campaña de la candidata demócrata,
Hillary Clinton, llevada con la habitual arrogancia de la ex primera dama, quien
no intentó ajustarse a las exigencias de quienes reclamaban respuestas
sinceras, argumentos creíbles, promesas de cambio. Obviamente, Hillary no les
convenció. Sucedió, pues, algo chocante para una opinión pública drogada por el
lavado de cerebro de los grandes medios de comunicación, hipnotizada por el
discurso buenista de la Hillary –
Jano. La mujer con múltiples caras perdió la apuesta.
Esperando a Trump, podría
titularse el vodevil que contemplaremos hasta el 20 de enero del año próximo,
cuando el excéntrico potentado tomará posesión de su cargo de Presidente de la
nación más poderosa del planeta Tierra.
En los puntos
neurálgicos de la geopolítica, surgen interrogantes, subsisten dudas. Para
algunos estadistas, los mensajes de Trump resultan inquietantes, cuando no
ininteligibles. En la región de Oriente
Medio se oyen voces discordantes. Aunque para la monarquía saudí y sus aliados –
Emiratos Árabes, Qatar, etc. – uno de los objetivos prioritarios sería la revisión
e incluso la abrogación del acuerdo nuclear con Irán, criticado por Trump en
reiteradas ocasiones, lo realmente importante sería neutralizar, véase eliminar
el anti islamismo del Presidente electo de los Estados Unidos, que se había pronunciado
a favor del cierre de las fronteras a los inmigrantes musulmanes. Pese a la rectificación del propio Trump y la
desaparición de los mensajes racistas de la página Internet del candidato a la
Presidencia, los saudíes exigen una retractación pública e inequívoca.
Otra incógnita
es la postura del futuro inquilino de la Casa Blanca frente al conflicto de
Siria. Mientras Obama y la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton, apoyaron
directa o indirectamente a los movimientos de corte islamista que combatían el
régimen del Presidente Assad, el Presidente electo de los Estados Unidos parece
más propenso a aceptar o tolerar la presencia militar rusa en Oriente Medio y
el apoyo del Kremlin al caudillo de Damasco. ¿Acaso ello implica una mayor
colaboración entre Washington y Moscú en la lucha para la eliminación del
terrorismo encarnado por el Estado Islámico?
Los analistas
políticos israelíes acogen con cierta cautela la victoria de Trump. Si bien
para los políticos del Likud y la extrema derecha israelí el cambio de inquilino
en la Casa Blanca implica el final de las negociaciones llamadas a desembocar
en la creación de un Estado palestino, los politólogos barajan la alternativa
de una “neutralidad activa” de Washington, lo que supondría la aparición de
nuevos e indeseados protagonistas en el escenario del interminable conflicto.
Lo que sí es
cierto es que Trump seguirá la política de su antecesor, Barack Obama, apoyando
le incremento de la ayuda militar norteamericana al Estado judío.
Los israelíes
apuestan, asimismo, por el posible final de las presiones estadounidenses para
la reanudación de las consultas con la Autoridad Nacional Palestina, lo que podría
traducirse, según el ala más conservadora del Likud, en el parte de defunción
del Estado palestino esbozado en los Acuerdos de Oslo.
¿Y Europa?
Subsisten las incógnitas sobre las prioridades del Presidente electo en cuanto
a la política de defensa del Viejo Continente. De hecho, Trump dejó entender
que Norteamérica podría “cerrar” su paraguas protector, abandonando a su suerte
a los países del flanco Este la de Alianza Atlántica – Polonia, Rumanía,
Bulgaria y los Estados bálticos – convertidos en punta de lanza de la ofensiva estratégica
de Obama – Clinton hacia los confines de la antigua URSS. Trump, que desea
recomponer las relaciones con Moscú, afectadas por la política de sanciones llevada
a cabo por Occidente después de la crisis de Ucrania, se pronunció a favor de
la retirada de algunas unidades de la OTAN estacionadas en Europa oriental, así
como sobre la desmilitarización del Mar Negro. En este caso concreto, la
ausencia de una protección estratégica se sumaría a otros quebraderos de cabeza
de las jóvenes democracias de Europa oriental: los efectos del Brexit para sus
economías, debilitadas por la reciente crisis estructural, la llegada masiva de
refugiados e inmigrantes económicos procedentes de Oriente Medio y el amenazador
advenimiento de movimientos populistas. ¿Será el aislacionista Trump un ejemplo
para los ultranacionalistas franceses, holandeses y húngaros? El porvenir nos
lo dirá.
Lo
cierto es que los hasta ahora heraldos de la victoria de Hillary Clinton, reconvertidos
a toda prisa en apologistas del extraño señor Trump, no dudan en hablar de un…
Mundo Nuevo, llamado a acabar con los pilares del Viejo Mundo: la prepotencia,
el autoritarismo y la corrupción. Bienvenidos
al mundo de Donald Trump, camaleones.
Como siempre; acertado. Me alegra recibir de nuevo un escrito de opinión de usted, Sr. Adrian
ResponderEliminarMuchas gracias, estimado amigo.
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