Hay verdades
ocultas y revelaciones que conviene silenciar. El escándalo o, mejor dicho, la tormenta en un vaso de agua estalló en
octubre del pasado año, cuando las autoridades suecas denunciaron la presencia
de submarinos intrusos en sus aguas
territoriales. Acto seguido, el Ministerio de Defensa del neutral Reino de
Suecia decretó la mayor movilización militar desde el final de la Guerra Fría.
Algunos recordaban vagamente que en 1981 un sumergible soviético que transportaba
armas nucleares encalló cerca de las costas suecas.
Aunque durante el aparentemente inexplicable incidente
producido en octubre los servicios de inteligencia suecos no señalaron a Rusia,
el diario Svenska Dagbladet informó
que los militares habían interceptado mensajes de emergencia procedentes de un mini
submarino que solicitaba auxilio. Curiosamente, el objeto no identificado
desapareció tras la llegada en la zona de un barco-laboratorio ruso, dedicado a
la investigación científica del fondo de los mares. ¿Mera casualidad?
Al parecer, en el trasfondo de los extraños incidentes navales
hallamos el distanciamiento entre Rusia y los países de Occidente que han
impuesto sanciones a Moscú por lo que consideran un apoyo encubierto del
Kremlin a los rebeldes ucranios.
Pero, ¿cómo se explica la aparición y desaparición de los
submarinos rusos en las costas escandinavas? La clave del misterio estriba en uno de los secretos mejor guardados por la
cúpula de la Alianza Atlántica: los rusos controlan actualmente una base
militar ultrasecreta en Noruega, país miembro de la OTAN.
Hagamos memoria: hace apenas seis años, los políticos
noruegos decidieron que la Federación Rusa había dejado de ser una amenaza para
sus vecinos. Se habló del posible desmantelamiento de algunas instalaciones
militares, cuyo mantenimiento resultaba muy gravoso para las arcas del país. El
Ministerio de Defensa se decantó por la venta de la base secreta de Olavsvern,
ubicada en una región montañosa, cerca de Tromsø. La base tiene una
superficie de 948.900 metros cuadrados. Dispone de amarres para buques
de guerra y submarinos. Cuenta también con 124 dormitorios. En resumidas
cuentas, podría ser el refugio ideal para un… ejército. Un refugio situado en
las inmediaciones de la frontera con Rusia.
La construcción de la base se realizó entre 1964 y 1994. Su coste
ascendió a… ¡440 millones de Euros! Sin embargo, el Gobierno noruego decidió venderla
– sin éxito - por 12,1 millones. Finalmente, consiguió deshacerse de Olavsvern
por el módico precio de 4,4 millones.
El comprador, el hombre de negocios Gunnar Wilhelmsen, no
tardó en encontrar inquilino. Se trata de la empresa rusa Sevmorneftegeofizika, especializada en la medición sísmica
marítima. Pero las embarcaciones de Sevmorneftegeofizika
forman parte de la marina de guerra rusa. Los barcos, que realizan mediciones
sísmicas y ejercen una estrecha vigilancia estratégica del entorno marino, envían mini submarinos a las aguas
territoriales de Suecia, Finlandia y Noruega. Todo ello, utilizando como punto
de partida la antigua base de la OTAN, considerada durante décadas como uno de
los pilares de la defensa de la soberanía
noruega.
Si bien los políticos han puesto el grito en el cielo, la
población de Tromsø no tiene queja alguna del
comportamiento muy urbano de los visitantes
rusos. Al contrario, espera que los negocios de la base se multipliquen.
Para recuperar las instalaciones estratégicas sacrificadas
en el ara de la efímera convivencia pacífica con el oso ruso, el Gobierno debería invalidar la venta. Una opción ésta
sumamente difícil en un país regido por la economía de mercado.
Detalle interesante: la venta de la base ultrasecreta de
Olavsvern se realizó durante el mandato del Primer Ministro conservador Jens Stoltenberg,
actual Secretario General de la Alianza Atlántica (OTAN) y ferviente defensor
de la política de mano dura contra el
Presidente Putin. Los comentarios sobran.
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