El Presidente Obama reconoció públicamente hace unos
días que los servicios de inteligencia estadounidenses habían subestimado el potencial bélico del
llamado Estado Islámico, la agrupación radical musulmana que siembra el terror
en Siria y en Irak. Un movimiento que, dicho sea de paso, cuenta con más de
11.000 voluntarios extranjeros, entre
los que se halla más de un centenar de ciudadanos norteamericanos.
Detalle interesante: antes de los atentados del 11 –
S, la inteligencia estadounidense había subestimado
el peligro potencial encarnado por Al Qaeda y los adláteres de Osama Bin
Laden. Sin embargo, los americanos conocían perfectamente al saudí, quien había
colaborado con Washington a través de la todopoderosa central de espionaje del
reino wahabita. El cerebro de Al
Qaeda se relacionaba – directa o indirectamente – con la CIA norteamericana,
impulsora de la lucha de la tribus afganas contra la ocupación del país por las
tropas soviéticas. Pero al término de la misión, Osama se convirtió en el enemigo público número uno de
Norteamérica. Un enemigo que actuó libremente hasta el derribo de las Torres
Gemelas de Nueva York, símbolos del poderío estadounidense.
Algo muy parecido está ocurriendo esos días con
Emirato Islámico en Irak y el Levante (ISIS), que la maquinaria de propaganda
occidental no dudó en tildar de Estado Islámico.
Las palabras podrían generar pánico;
es lo que se pretende.
Pero, ¿Quiénes son esos sanguinarios yihadistas,
incapaces de derrocar el régimen autocrático de Bashar al Assad? ¿Qué hay
detrás del génesis del Emirato Islámico?
En resumidas cuantas: ¿Quiénes son los padres o los padrinos de la diabólica
criatura?
Curiosamente, la agrupación encuentra sus raíces en al Qaeda en Irak, un movimiento violento
que no luchaba contra el ocupante estadounidense, sino… contra las facciones
chiitas iraquíes. Un combate en el que Washington no quiere inmiscuirse,
calificando el conflicto de enfrentamiento
sectario.
El caudillo del ISIS, Abu Bakr el Baghdadi,
aseguraba hace unas semanas, que el Emirato contaba con apenas… ¡200
combatientes! de nacionalidad iraquí. Sin embargo, numerosas fuentes árabes
coinciden en que el Estado Islámico tiene
alrededor de 250.000 efectivos; un dato nada desdeñable.
Estiman los politólogos occidentales que los
promotores y patrocinadores del Emirato fueron
dos países árabes conservadores: Qatar y Arabia Saudita. Dos naciones “amigas”
de Washington, al menos aparentemente. Qatar, el “socio capitalista” del ISIS,
aunque también de Hamas y otros movimientos armados de Oriente Medio, se ha
convertido en la plataforma político-financiera del islamismo radical. Los
qataríes apoyaron también al depuesto presidente egipcio, Mohammed Mursi,
vinculado a la fraternidad de los Hermanos
Musulmanes, primer movimiento islámico abiertamente antioccidental que
surge en el siglo XX. La injerencia
qatarí en la guerra civil de Siria es un
secreto a voces. El régimen laico de los El Assad molesta a los jeques del
Golfo Pérsico, más propensos a tolerar las “dichas” del Islam tradicional. Y
como a Qatar le sobra el dinero proveniente de las ventas de petróleo y de gas
natural…
Arabia Saudita, el segundo valedor del ISIS, retoma
el papel que había desempañado durante la creación y el afianzamiento de Al
Qaeda. Al apoyo logístico -algunos de los yihadistas fueron entrenados en suelo
saudí- se suma el suministro de armas y equipo electrónico provenientes de
Estados Unidos, Europa occidental y… Rusia. La Casa Real wahabita impone una
sola condición: que los yihadistas no actúen en Arabia Saudita. Lo mismo que se
le exigió en su momento a Al Qaeda. Recordemos que las (pocas) ovejas negras fueron abatidas a sangre
fría por las fuerzas de seguridad del reino.
Durante años, las principales fuentes de ingresos
del Estado Islámico procedían de los
rescates, los atracos y los impuestos aplicables a la población de los
territorios contralados por el movimiento radical. Sin embargo, actualmente el
ISIS controla los campos petrolíferos y los yacimientos de gas natural de
Raqa y
Deir Ez-Zor (Siria) y Mosul (Irak). Se calcula que los ingresos por la
venta del “oro negro” ascienden a
3,2 millones de dólares diarios o, si se
prefiere, unos 1.200 millones anuales. El subestimado
enemigo de la Casa Blanca se ha convertido, pues, en una auténtica potencia
económica.
Pero hay más: Rusia y China, países que cuentan con importantes
comunidades musulmanas, empiezan a temer el posible contagio de ISIS.
En resumidas cuentas: nadie se opone a la
aniquilación del Estado Islámico. Los
padres de la criatura y las víctimas potenciales se unen ante un enemigo común: el Islam. Y la guerra
sigue…
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