miércoles, 12 de mayo de 2021

Las noches de Jerusalén

 

Tenía mis dudas. Empezar esta crónica con la muy socorrida y dramática frase los cohetes de Hamas cubren el cielo de Israel o recurrir a un titular más sencillo, más reposado como las noches de Jerusalén. Finalmente, me decanté por la segunda variante. En realidad, las buenas y malas nuevas siempre llegan de noche.

El 15 de noviembre de 1988, el Consejo Nacional Palestino, reunido en Argel, proclamó la independencia de Palestina. Poco antes de medianoche, los fuegos artificiales iluminaron el cielo de Jerusalén Este. Fue una celebración muy austera, casi clandestina, en aquella capital eterna e indisoluble del Estado de Israel. Al día siguiente, los amigos árabes intercambiaban un discreto Mabruk (enhorabuena). El proclamado Estado Palestino aún no existía, aún no existe.

El 20 de enero de 1996, poco antes de medianoche, un eurócrata trajeado y encorbatado penetraba en la oficina jerosolimitana de la Comisión que supervisaba las primeras elecciones generales del siempre inexistente Estado Palestino. Desapareció tras una breve y discreta conversación con el estadígrafo que comprobaba los resultados de la consulta.

Pazzzo! Este hombre está loco, estalló el informático italiano encargado de la supervisión de los datos. Me pide que manipule las cifras; que cambie el porcentaje de votos obtenidos por al Fatah.

Al día siguiente, nos enteramos que la agrupación capitaneada por Yasser Arafat se alzó con la victoria en la consulta popular. Años más tarde, Bruselas desmintió cualquier injerencia en el proceso electoral. Sin embargo, en 2006, el partido liderado por Mahmud Abas, fue incapaz de ganar las elecciones generales. El movimiento islámico Hamas, más arraigado en la Franja de Gaza, logró imponerse a los candidatos de la OLP. La inestabilidad política se instaló en la vida de los palestinos del siempre inexistente Estado Palestino. Al Fatah gobernaba en Cisjordania; Hamas creó su propia Administración en la Franja de Gaza. Detalle interesante: los gazatís que formaban parte del nuevo Gobierno palestino no podían desplazarse a Cisjordania. Las autoridades israelíes velaban por el… incumplimiento del acuerdo de libre circulación negociado en Oslo. La ruptura entre las dos entidades geográficas parecía inevitable. Se materializó con el paso del tiempo; Gaza acabó convirtiéndose en un satélite del islamismo chiita de Teherán, mientras que Cisjordania seguía la corriente de sus volubles filántropos occidentales: Norteamérica y la Unión Europea. Los múltiples intentos de reconciliación entre las partes fracasaron, gracias a la intervención de los peones de Washington, París, Londres o Bruselas. Sin olvidar, claro está, la corrupción que se fue adueñando a pasos agigantados de la abultada administración del inexistente Estado.

Los intentos de llevar el barco a su puerto – la independencia – fueron saboteados sistemáticamente por el establishment político y militar de Tel Aviv. Pero los grandes titiriteros estaban empeñados en velar por la supervivencia de la entidad palestina. Occidente, para no reconocer el fracaso de su política; Israel, para contar con la constante amenaza del terrorismo palestino.

La pantomima se prolongó durante lustros. La bomba de relojería, las bombas, mejor dicho, estallaron en el momento menos oportuno. El octogenario Mahmud Abas llevaba tiempo preparando su retirada de la vida política. Mas la jefatura del no Estado tenía/tiene demasiados pretendientes. Para librarse de la responsabilidad de una probable, por no decir, inevitable elección errónea, el rais optó por convocar nuevas elecciones. Unas consultas pospuestas durante 15 años. Pero el fantasma de Hamas, de una aplastante victoria del crecido movimiento islámico, volvió a ensombrecer el horizonte. El viejo militante de al Fatah educado en Moscú optó, pues, por una nueva retirada estratégica. ¿Aplazar las elecciones? ¡Por qué no! Los palestinos se habían acostumbrado a las maniobras dilatorias de su clase política. Sin embargo, en esta ocasión, la oposición reaccionó violentamente: Abas hace el juego de Israe; el único beneficiario de ese aplazamiento es… Benjamín Netanyahu. Y no se equivocaba.

Los frecuentes titubeos de Abas, debidos ante todo a las numerosas intrigas que acompañan su tortuoso final de reino, se habían convertido en una baza para los políticos hebreos, muy propensos a justificar su inacción en el terreno diplomático por la fluctuante situación en el campo palestino. Sin embargo, las exigencias de la Autoridad Nacional Palestina no habían variado. Mas Tel Aviv prefería hacer oídos sordos a las propuestas de incluir a los habitantes de Jerusalén oriental en las listas del censo electoral palestino o de celebrar consultas en el sector árabe de la ciudad. Las otras exigencias, derivadas de los Acuerdos de Oslo o el sinfín de documentos negociados y aprobados desde 1994, quedaron archivadas por la eficacísima labor de zapa del auténtico dinamitero del proceso de paz: Benjamín Netanyahu.

De hecho, el líder del Likud se halla en una situación muy embarazosa. Ante la imposibilidad de formar un nuevo Gobierno de coalición con las formaciones de centro-izquierda, el incombustible Bibi se vio obligado a tirar la toalla, pasando en relevo a políticos centristas, poco propensos a convertirse en sus encubridores ante una Justicia que pretende inculparlo por cuatro delitos de corrupción y malversación. La única salvación de Bibi, presidente en funciones del Gabinete hebreo, sería, pues, un conflicto que le llevara a asumir el mando de las operaciones militares.

La respuesta llegó el 10 de mayo, de la mano de la policía israelí, que protagonizó dos asaltos en la Explanada de las Mezquitas, causando más de 300 heridos entre los palestinos que participaban en el llamado Día Negro, que conmemora la anexión del sector árabe de Jerusalén por el ejército israelí. La violencia se extendió al recinto de la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar sagrado del Islam. A ello se sumó el desalojo de decenas de familias palestinas del elegante barrio de Sheij Jarrah, donde residen habitualmente los notables palestinos. La crisis estaba servida; el movimiento islámico Hamas aprovechó la oportunidad para entrar en acción.

El resto es harto conocido: centenares de cohetes fueron lanzados desde la Franja de Gaza. Sus objetivos: Jerusalén, Tel Aviv, Ashkelon y Ashdod. La mayoría fueron interceptados y destruidos por el sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro. Pero al producirse las tres primeras bajas, Israel ripostó con ataques de misiles y bombardeos aéreos. La derecha israelí volvió a pedir la expulsión de los palestinos de sus tierras, su reinserción en los países árabes, la… limpieza étnica.

Las Cancillerías de las grandes potencias condenaron vehementemente la violencia. Palabras y frases que habíamos oído antes. Sin embargo, el Gobierno de Tel Aviv se apresuró en pedir a la Administración estadounidense que no tome cartas en la crisis.

La historia se repite. En las noches de Jerusalén, aguardan las mortíferas estrellas fugaces de Hamas.

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