lunes, 22 de marzo de 2021

Washington y las superpotencias: cuando Joe Biden emula a Donald Trump

 

Poco menos de dos meses tardó el actual inquilino de la Casa Blanca en fijar las pautas para las futuras relaciones entre Washington, Moscú y Pekín. Ante la gran sorpresa de quienes confiaban en que el nuevo Biden iba a desterrar la agresividad verbal de su antecesor, el presidente hizo alarde de una retórica igual de contundente, o tal vez más, que la empleada por el multimillonario neoyorquino durante su mandato.  Si las palabras de Trump resultaron violentas, fuera de contexto para un jefe de Estado, las manifestaciones de Biden suenan más que belicosas. Vladimir Putin, ¡un asesino que recibirá su castigo! China, ¡una amenaza para la estabilidad global! Decididamente, la retorica de la Administración demócrata resulta más bien desconcertante.

Algunos politólogos estiman que los exabruptos de Biden deberían indicar a los aliados el tono que conviene emplear en el dialogo con Rusia y China. Unas pautas, reconozcámoslo, difícilmente aceptables por el conjunto de la diplomacia europea.

 En el caso concreto de Rusia, los ataques dirigidos contra el zar Putin sólo servirán para aglutinar a las distintas corrientes nacionalistas detrás del amo y señor de la Madre Rusia. Insultar a Putin presupone insultar a la Nación.      

Distinto es el caso de China, el gigante asiático que se ha convertido en la pesadilla constante del establishment norteamericano. La guerra comercial iniciada en 2018 por Donald Trump desencadenó una ardua contraofensiva por parte de Pekín. El aumento de los aranceles aduaneros y la elaboración de listas negras acabaron perjudicando los intereses de ambas partes. Con su proverbial paciencia, los chinos contrarrestaron los efectos inmediatos de las sanciones comerciales estadounidenses. Cabe suponer que el enfrentamiento será largo y el desenlace, incierto. 

Conviene señalar que los primeros viajes al extranjero de altos funcionarios de la Administración demócrata fueron a la región de Asia Pacífico. El secretario de Estado Antony Blinken, viajó a Tokio y Seúl, mientras que su colega de Defensa, Lloyd Austin, efectuó su primera escala en Hawái, cuartel general de las fuerzas estadounidenses para la región del Indo-Pacífico. Se trata de un ejército enorme, que cuenta con centenares de miles de soldados, 200 acorazados y 2.500 aviones.

Blinken y Austin optaron por mandar un mensaje al Estado problemático de la región: China. En un artículo de opinión publicado en el Washington Post, los dos miembros del Gabinete advierten: Estados Unidos no abandonará la región ni a sus aliados asiáticos. Washington se opondrá a la agresión o amenaza de Pekín, responsabilizando a China de la violación de los derechos humanos en Xinjiang y en el Tíbet, las acciones hostiles contra Taiwán o las reivindicaciones soberanistas en el mar de China Meridional que, según Washington, violan las normas de derecho internacional. 

La Administración Biden reitera su voluntad de entablar el diálogo con Pekín, pero sin renunciar a la política de Trump. De hecho, en el informe sobre los intereses comerciales de los Estados Unidos en la zona, publicado el 1 de marzo, el equipo del presidente retoma la mayoría de los agravios expresados por Trump para justificar la imposición de nuevos aranceles: robo de tecnología y propiedad intelectual, prácticas comerciales desleales, subsidios gubernamentales destinados a algunas industrias, etc. Estas prácticas denotan una política económica agresiva, diseñada para favorecer a China, fortaleciendo su condición de superpotencia económica.

La economía es, por tanto, un instrumento al servicio de las ambiciones de poder global de Pekín. Pero no el único: las autoridades chinas prestan también especial atención a otro factor que refleja las sus ambiciones expansionistas: el ejército.

La marina de guerra china se ha convertido en la mayor del mundo, habiendo logrado triplicar el número de sus barcos en los últimos veinte años. Los dirigentes chinos estiman que, para ser una gran potencia mundial, el país debe convertirse en una potencia naval. Recuerdan la máxima: Quien controla los mares controla el mundo.

Beijing solo puede aspirar al estatus de una gran potencia naval en la inmediación de sus aguas territoriales, donde tiene varios objetivos estratégicos: Taiwán, el Mar de China Oriental y el Mar de China Meridional. Taiwán disfruta de la protección militar y naval de los Estados Unidos. Cualquier intento de reconquistar la isla secesionista provocaría una respuesta contundente de Washington.

En el Mar de China Oriental, hay litigios sobre la delimitación de zonas económicas exclusivas con Japón y Corea del Sur, ambos aliados de los Estados Unidos.

El Mar de China Meridional, donde China tiene disputas con Filipinas, Vietnam y Taiwán, Pekín lleva años en un proceso de consolidación de su presencia militar mediante la construcción de islas artificiales convertidas en bases, organización de maniobras y creación de un arsenal de misiles capaces de contener a las embarcaciones estadounidenses. 

Pero los esfuerzos para modernizar y equipar las fuerzas armadas chinas no se limitan a la marina: hay inversiones significativas en tierra y, especialmente, en la fuerza aérea, equipada con docenas de aviones Chengdu J-20 de quinta generación. 

En realidad, parece poco imaginable que las dos superpotencias se decanten por un reinicio de sus relaciones bilaterales, haciendo borrón y cuenta nueva de la era Trump.

América ha vuelto, fue el mensaje de Biden dirigido a los europeos. PA los chinos, el inquilino de la Casa Blanca les advirtió: Estados Unidos está aquí para quedarse. 

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