viernes, 12 de febrero de 2021

No estorbe, señor Borrell


Imaginen que un político español, catalán y para más inri, socialista moderado, como solía decir, tiempo ha, George Bush Jr., decidiera plantar cara a una columna de blindados rusos. ¿Cuál sería el desenlace? Lo más probable es que la columna acabe arrollando a nuestro protagonista, por muy Alto Representante de la Diplomacia Europea que pretenda ser.

Es lo que sucedió la pasada semana, cuando nuestro hombre, Josep Borrell, recién estrenado Míster Europa de la UE, aterrizó en Moscú para reclamar, en nombre de “los 27”, la liberación del disidente ruso Alekseí Navalni, acérrimo detractor de la corrupción que se había adueñado de la “madre Rusia” y… archienemigo de Vladimir Putin.

Con la autoridad de la que está investido por la Comisión Europea, Borrell pretendió cantarle las cuarenta al dueño del Kremlin. No esperaba, sin embargo, la respuesta contundente del jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, comandante de la columna de blindados que le recordó a los “presos políticos” de su Cataluña natal. Una manera poco elegante de acoger a un huésped que, a su vez, pretendía entrometerse en los asuntos internos de una gran potencia.

Sí, Rusia había perdido el peso específico que tenía en el tablero de los “grandes” hasta finales de la década de los 80 del pasado siglo. Sin embargo, los dueños del Kremlin siguen moviendo los hilos de la alta política internacional. Tal vez con un poco más de discreción, pero con la soberbia de siempre.

No, el President Pujol no fue el único que andaba vanagloriándose ante el   mundo “Som 6 millons” (Somos seis millones). Los rusos, seres libres o lacayos del zar Putin, son 147 millones y no reniegan de la grandeza de su pasado imperial o del temido a la vez que odiado renombre del país de los soviets. No, los rusos no han perdido el rumbo de la historia. Sus opciones pueden ser erróneas, no coincidir con las apuestas estratégicas de Bruselas, pero son intrínsicamente suyas. El mensaje dirigido por Lavrov a los comunitarios fue muy claro: “No estorbe, Borrell; no estorbe, Europa”.

Los resultados de las recientes elecciones presidenciales norteamericanas obligan al Kremlin a centrarse en acciones híbridas en suelo europeo, donde hay un mayor espacio de maniobra para las actividades encubiertas de Moscú, apoyadas por la acción de un importante lobby prorruso.

Si bien es cierto que la nueva configuración política de Washington no entorpecerá la hasta ahora fluida comunicación con Moscú, cabe suponer que la administración Biden se mostrará más firme que su predecesora en las relaciones con Rusia. El tono gélido de la declaración de la Casa Blanca sobre las consultas bipartitas para desarme sugiere que el Kremlin no tiene motivos para confiar en un pronto restablecimiento de relaciones cordiales con los Estados Unidos. La renovación del Tratado START habrá sido un mero compromiso.

Una relación más cautelosa con la nueva Administración estadounidense implicará la búsqueda de nuevos enfoques en los contactos con Bruselas. Los atlantistas estiman que a partir de ahora el principal objetivo del Kremlin será desestabilización y el debilitamiento de las instituciones europeas. El supuesto deterioro de la salud de Putin, hipótesis respaldada por los informes del Servicio de Inteligencia de Ucrania, no parece ser una razón suficiente para obstaculizar la ofensiva rusa.  He aquí, en líneas generales, una síntesis del razonamiento de los estrategas de la OTAN:

Mientras la UE mantenga sus fronteras actuales, especialmente en el Este, Rusia será incapaz de ampliar su esfera de influencia, que se reduce al espacio postsoviético, a países como Bielorrusia, Moldavia y Ucrania. Aun así, Moscú se enfrenta a varios desafíos, como la existencia de un modelo sociopolítico diferente, el de las democracias liberales basadas en el reconocimiento del Estado de derecho, modelo que funciona exitosamente, convirtiéndose en un buen ejemplo para las repúblicas exsoviéticas.  La Política Europea de Vecindad y los incentivos concedidos a países dispuestos a implementar reformas sociopolíticas presupone otro aliciente. Tal vez por ello a Moscú le interese socavar a la Europa comunitaria desde dentro. Mientras Bruselas centra su atención en los problemas internos, su capacidad de analizar los cambios surgidos más allá de sus fronteras está limitada. Además, una Europa que se enfrenta a dificultades económicas y conflictos sociales ya no es un modelo por seguir. Tal vez por ello,  los Estados propensos a abandonar el bloque comunitario podrían convertirse en presas fáciles para los adeptos del poder blando.

El Brexit es, sin duda, el mejor ejemplo de esta hipótesis de trabajo.  El Brexit afecta a la UE en su conjunto y sienta un precedente para otras retiradas, aunque es posible que los líderes de distintas corrientes antieuropeístas desistan de seguir el ejemplo británico. De hecho, queda por ver la evolución del Brexit a medio o largo plazo.

También conviene analizar la actitud de Putin hacia la UE, especialmente después de la adopción por el Parlamento Europeo, en septiembre de 2019, de la resolución que establece que tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética fueron responsables por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, Rusia se ha empeñado en promover su propia versión de la historia, en la que la URSS aparece como víctima de la agresión nazi, y no como país que - antes de ser invadido por Alemania - había firmado, en agosta de 1930,  un Tratado de No Agresión con Berlín (el Pacto Molotov-Ribbentrop), atacado a Polonia, anexionado los Estados bálticos y parte de Rumanía.

Tras el reciente conflicto entre Azerbaiyán y Armenia, Rusia ha aumentado su presencia militar en Transcaucasia. En Georgia, la actuación del actual partido gobernante beneficia los intereses del Kremlin.

En Moldavia, a pesar del ascenso al poder de la proeuropea Maia Sandu, las fuerzas prorrusas apuestan por una contundente victoria en las futuras elecciones parlamentarias.

 La crisis política se está acentuando también en Bielorrusia, hasta ahora feudo de Moscú.

Rusia tratará de obstaculizar por todos los medios la integración europea y euroatlántica de Ucrania. El conflicto latente en el Donbás se percibe como una herramienta empleada por el Kremlin para influir en la política exterior de Ucrania.

Para el Kremlin, es vital mantener a la península de Crimea en la Federación Rusa. Moscú dispone de todo un arsenal de medios para influir en el actual liderazgo de Kiev.

Fuera de su antigua zona de influencia, Moscú trata de ingerirse en la situación política de los Balcanes Occidentales. La reciente adhesión de Macedonia a la OTAN constituye un fracaso para los rusos, quienes pretenden influir en los asuntos internos de Montenegro, Bosnia y Herzegovina.

Rusia está tratando de aprovechar las corrientes nacionalistas y xenófobas de los países miembros del llamado “grupo de Visegrad” – Polonia y Hungría – que rechazan sistemáticamente los ukases de Bruselas, y atizar el fuego del enfrentamiento franco alemán en torno al oleoducto NordStream2, de gran importancia para Alemania y su economía. El objetivo final del Kremlin es, sin duda, el levantamiento de las sanciones aplicadas por Occidente después de la invasión de Crimea.  Para ello, Putin no dudará en seducir a sus adversarios con la promesa de crecimiento económico sostenido. Poco importa si ello implica violar los principios éticos de los integrantes del “club” de Bruselas. ¿Los “principios éticos”?

El fiasco de la misión de Josep Borrell a Rusia debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de hallar respuestas asimétricas. No basta con loar la singularidad de la Unión Europea; hay que determinar la coherencia y eficacia de sus acciones diplomáticas futuras. 


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