Sucedió a comienzos de la década
de los 90 del pasado siglo, durante la guerra de los Balcanes. La Sexta Flota estadounidense
realizaba maniobras en el Mediterráneo. Un juego
de guerra habitual en aquellos tiempos, cuando las grandes potencias se
disputaban el poder por tierra, mar y aire. Pero algo insólito pasó aquél día.
El portaaviones Nimitz, buque insignia de la escuadra, quedó totalmente
incomunicado. Un repentino apagón de las ondas hertzianas afectó las
comunicaciones radiotelefónicas, el radar y el sistema de teledirección de misiles.
Durante unos minutos, el gigante de acero quedó ciego y sordo. ¿Explicación
lógica? Ninguna.
Lo cierto es que aquella mañana
el almirante comandante de la flota informó lacónicamente a la oficialidad
reunida en la cubierta: “Señores, la época del poderío naval ha acabado. Estamos
entrando en una nueva era; empieza la guerra del ciberespacio…” Una guerra poco
tradicional, sin campos de batalla ni concentración de tropas, sin bajas
reales, pero con más daños colaterales. Pero el peligro tardó décadas en
materializarse.
Huelga decir que desde el
espionaje tradicional – sustracción de documentos, acciones de propaganda o
intoxicación de la población civil – hasta la utilización masiva de las nuevas
tecnologías hay un abismo. Los primeros casos de espionaje informático se
remontan a la década de los 70, cuando los servicios de inteligencia
estadounidenses detectaron la presencia de agentes chinos en los organismos de
defensa. Su objetivo prioritario: apropiarse de la tecnología militar americana.
Hoy en día, los chinos cuentan con alrededor de 25.000 agentes en suelo norteamericano.
Otro caso muy sonado fue el de
Jonathan Pollard, ex analista civil de los servicios secretos de la Marina de
los Estados Unidos, condenado por espiar para Israel. Pollard reconoció su
culpabilidad antes de la celebración del juicio, esperando conseguir una
reducción de pena.
Pero esos incidentes embrionarios
poco o nada tienen que ver con la verdadera guerra informática. Hay constancia
de la utilización de tecnología cibernética en Bosnia, Kosovo, Taiwán, Estonia,
Yemen, Oriente Medio, las mal llamadas “primaveras árabes”. Sin olvidar las
ofensivas detectadas, denunciadas y condenadas por los Gobiernos occidentales:
la posible y muy probable manipulación de las últimas elecciones presidenciales
norteamericanas y, más recientemente, el “procés” catalán.
La lista de ataques informáticos
es muy amplia. Recodemos los más sonados:
· En 1999, durante la guerra de
Kosovo, varios centenares de hackers, liderados por el capitán Dragan, un ex
militar serbio, se introdujeron en los ordenadores de la OTAN, la Casa Blanca y
la fuerza naval estadounidense en el Mediterráneo. Con sus cuarenta
ordenadores, trataron de contrarrestar la campaña mediática de la Alianza
Atlántica. Su meta: desmentir las noticias facilitadas por la OTAN.
· En 2003, el sistema informático de
Taiwán fue sometido a un ataque llevado a cabo con virus y troyanos por el
ejército chino.
· En 2007, Estonia fue víctima de
ciberataques dirigidos contra los bancos, medios de comunicación e
instituciones gubernamentales. Se detectó la intervención de hackers rusos.
· En 2012, los ordenadores de Arabia
Saudita, Egipto, Irán, Israel, Sudán y
Siria, fueron infectados con el malware Flame o sKyWIper, diseñado expresamente
para tareas de ciberespionaje. Conviene recordar que la región pasaba por un
período muy convulso.
Pero hay más: el 28 de noviembre de
2010, el portal WikiLeaks, fundado por el australiano Julian Assange, publica
un paquete de 8.761 documentos confidenciales procedentes de los archivos de la
CIA y la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense. Se trata de material restringido,
relativo a asuntos de defensa, vigilancia, corrupción, técnicas empleadas por
los servicios secretos de Washington.
En junio de 2013, Edward Joseph
Snowden, antiguo empleado de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional, difunde, a través de los diarios The Washington Post y The Guardian, documentos ultrasecretos relativos
a los programas de vigilancia PRISM y XKeyscore..
A mediados del año 2015, el grupo
hackers APT29, identificado como
“mercenarios de las autoridades rusas”, entró en la red del partido
Demócrata, robado información de los colaboradores de Hillary Clinton. El presidente Obama no disimuló su enfado,
responsabilizando a Vladímir Putin del hackeo de la cuenta de John Podesta, jefe de la campaña del Partido Demócrata, así
como de los archivos de la Fundación Clinton. Las revelaciones del operativo, difundidas a través de WikiLeaks,
DCLeaks y GUccifer, ponían de manifiesto la alianza estratégica de la
candidata demócrata con los grupos financieros de Wall Street.
La Administración Obama decretó
sanciones diplomáticas contra Rusia, alegando que las autoridades moscovitas
habían tratado de perjudicar a la candidata demócrata, favoreciendo a Donald
Trump. Sin embargo, Moscú rechazó las acusaciones de la Casa Blanca.
Otra injerencia patente fue la
difusión de noticias falsas durante el “procés” catalán (septiembre – noviembre
del pasado año), cuando el aparato de propaganda rusa se volcó a la causa
independentista, asegurando que la inmensa mayoría de la población de Cataluña apoyaba
el secesionismo. Esta vez, la agresividad verbal de la maquinaria de propaganda
desencadenó el sistema de alarma de la Unión Europea. Obviamente, las noticias
falsas presuponen un peligro real para la seguridad de los Estados miembros de
la UE. Hacía falta crear estructuras de defensa eficaces.
En octubre de 2014, el relator especial
de la ONU sobre contraterrorismo y derechos humanos presentó ante la Asamblea
de Naciones Unidas un informe en el que se condena explícitamente al ciberespionaje
masivo en Internet. Conviene señalar, sin embargo, que los delitos de espionaje cibernético o la
ciberguerra no están tipificados ni castigados en los tratados
internacionales.
La reciente reacción de las agencias de
seguridad estadounidenses - CIA, FBI,
Seguridad Nacional – abre la vía al inicio de un proceso político y jurídico para
elaboración de acuerdos multilaterales destinados a punir los delitos
cibernéticos.
Tenía razón el almirante de la Sexta
Flota al vaticinar el final de la Guerra Fría. Entramos en la era de la Guerra
Cibernética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario