Redadas, detenciones,
tiroteos, manifestaciones xenófobas, gestos descontrolados, repulsa popular.
Los atentados perpetrados en París el pasado 13 de noviembre sumieron al país
galo en un ambiente de profundo desconcierto. Al miedo se le sumaron la rabia, la confusión,
la crispación. El Presidente François Hollande advirtió a sus compatriotas: Francia está en guerra contra el terrorismo
yihadista. Y añadió: … sabemos
quiénes son (los autores de los atentados) y dónde encontrarlos… Acto
seguido, las autoridades decretaron el estado de excepción. Efectivamente,
Francia estaba en guerra…
Hace exactamente tres lustros,
el escritor libanés Amin Maalouf, vaticinaba un mundo con más libertad y menos democracia. Obviamente, se equivocaba: después
del 11 S, los habitantes del planeta Tierra tuvieron que acostumbrarse a vivir
en una sociedad con menos libertad y
menos democracia. ¿Los responsables? Resulta muy fácil echar la culpa a Al
Qaeda o Osama Bin Laden, a los regímenes autoritarios ¡laicos! del mundo
islámico, a los detractores árabes o musulmanes de los valores occidentales. Resulta
sumamente fácil y socorrido satanizar al enemigo,
un enemigo creado, adiestrado y financiado por supuestos adalides de la
democracia.
…sabemos quiénes son, afirmaba Hollande después de los mortíferos
atentados de París. Por supuesto; tanto Francia como Inglaterra o los Estados
Unidos conocían no sólo la identidad de los yihadistas, sino también su
ideario, su siniestro modus operandi. No
hay que extrañarse: el Estado Islámico, escisión de Al Qaeda, fue creado con el
beneplácito de algunas potencias occidentales, con el apoyo, sea este tácito o
formal, de políticos y estrategas europeos y norteamericanos. Al igual que Al
Qaeda, el Estado Islámico debía haberse convertido en el enemigo potencial de
la civilización judeo-cristiana, en la herramienta indispensable para el
derrocamiento de regímenes árabes empeñados en rechazar las dichas de la globalización. El primero
en caer fue el libio Gaddafi. El segundo debía haber sido… Bashar al Assad. Mas
los planes de Occidente fallaron: el hombre fuerte de Damasco supo hacer frente
a las milicias islamistas, entrenadas en suelo saudí. Cierto, Bashar al Assad
no es un demócrata. Tampoco lo son quienes pretenden acabar con su despótico
reinado. Los luchadores por la libertad,
eufemismo empleado antaño por Ronald Reagan en sus alabanzas a los aliados de Al Qaeda, se han convertido
en dueños y señores de un auténtico Estado. El Estado Islámico controla
actualmente más de la mitad del territorio sirio, el Norte de Irak, los
yacimientos de petróleo más importantes de la zona. Las ventas clandestinas de oro negro y el narcotráfico le proporcionan ingresos
multimillonarios. Otra importante fuente de financiación proviene del tráfico
de obras de arte, pues no todos los monumentos históricos de la región han sido
destruidos por las hordas yihadistas. Subsiste el interrogante: ¿dónde van a
parar esos valiosos objetos? ¿En colecciones privadas occidentales? ¿Con la
complicidad de las autoridades aduaneras del llamado mundo libre? Todo ello parece demasiado fácil. ¿Acaso Occidente no
está en guerra contra el terrorismo yihadista?
Igual de sorprendente
es la aparente facilidad para la compra de armamento, misiles y vehículos
militares de primera mano. Decididamente, Alá es misericordioso. Pero, ¿sólo
Alá?
Sabemos
quiénes son y de dónde vienen estos terroristas, afirmaba
François Hollande. En efecto, según la información filtrada por los servicios
de inteligencia occidentales, Francia colaboró a la puesta en marcha del frente
yihadista. El precio de su inexcusable error de cálculo ha sido demasiado
elevado.
Una extraña alianza se
divisa en la guerra contra el Estado Islámico. Moscú y París decidieron aunar
sus esfuerzos en la lucha sin cuartel contra el EI. Por otra parte, Washington
y sus 30 aliados – occidentales y árabes – siguen dando palos de ciego,
descartando la posibilidad de recurrir a la intervención terrestre reclamada por
los estrategas del Pentágono y de la OTAN. Pesimistas y cínicos no dudan en
tildar al Presidente Obama, al Premio Nobel Obama, de Camberlain del siglo XXI.
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