La campaña
electoral israelí entra en su recta final con nuevas y explosivas revelaciones
sobre la trayectoria política del Primer Ministro saliente, Benjamín Netanyahu,
y su constante rechazo de un posible, aunque cada vez más improbable
entendimiento con la Autoridad Nacional Palestina. Improbable, sí, con un
Gobierno de centroderecha, poco propenso a respetar el espíritu y la letra de
los Acuerdos de Oslo, unos pactos que el propio Netanyahu se empeñó en
desmontar a finales de la década de los 90, durante las consultas de Wye
Platnation.
En 1996,
cuando el derechista Likud se alzó con la victoria en las elecciones legislativas,
el entonces presidente norteamericano, Bill Clinton, invitó al futuro Primer
Ministro del Estado judío, Benjamín Netanyahu, a la Casa Blanca. Se trataba de tantear al político hebreo, acérrimo
detractor del diálogo con la OLP, que se había comprometido ante su electorado a
deshacer los entuertos de sus rivales
laboristas. Sin embargo, durante la entrevista con el mandatario
estadounidense, Netanyahu se apresuró en puntualizar: sólo contemplaba unas
modificaciones de forma de los acuerdos,
sin que ello afecte el contenido. Dos
años después del encuentro en el Despacho Oval, los tratados israelo-palestinos
se convertían en… papel mojado. Curiosamente, ambos bandos optaron por dejar
caer un tupido velo sobre los resultados de las consultas. Lo cierto es que el
líder del Likud había logrado su objetivo: borrar de un plumazo los compromisos
políticos contraídos en la capital noruega.
Hasta aquí
nuestra tribulación por el pasado de las accidentadas relaciones entre
israelíes y palestinos. Lo que sucedió después… El siglo XX no trajo la paz ni
la convivencia entre las dos comunidades. El Nuevo Orden de los Bush, los conflictos de Afganistán e Irak, las
malogradas Primaveras árabes de
Barack Obama, los brutales enfrentamientos de Siria, el resurgir del sanguinario
Frankenstein llamado Estado Islámico relegaron
el conflicto israelo-palestino a un segundo, véase tercer plano de la
actualidad. Sin embargo, la inmediatez de la consulta electoral prevista para
el próximo día 17 vuelve a colocar a Israel y a su clase política en el candelero.
Esta semana,
un medio de comunicación independiente de Tel Aviv filtró un documento desclasificado sobre supuestas concesiones
secretas de Netanyahu a los palestinos. Se trata, al parecer, de un memorándum
que contempla la creación de un Estado Palestino independiente, soberano y
sostenible, que tendría fronteras internacionales reconocidas con Israel,
Egipto y Jordania. También alude el documento a la posible retirada de Israel a
las fronteras de 1967, el intercambio de territorios destinado a crear zonas de
seguridad, el reconocimiento de la doble capitalidad de Jerusalén, el
desmantelamiento de algunos asentamientos judíos de Cisjordania y… el retorno dosificado y selectivo de los refugiados
palestinos a Israel.
Se cree que
el impulsor de la propuesta fue el expresidente de Israel, Shimon Peres, que
organizó varias rondas de consultas con emisarios palestinos en Amman y en
algunas capitales europeas. Aparentemente, las conversaciones se iniciaron en
2011, con la aquiescencia del Primer
Ministro Netanyahu.
Según
fuentes israelíes, en el verano de 2013, un asesor de Netanyahu, el abogado Ytzak
Molcho, entregó la supuesta lista de concesiones al Presidente palestino,
Mahmúd Abbas. Se trataba de un encuentro
previo, destinado a allanar el camino para las negociaciones con el Secretario
de Estado John Kerry, portador de la buena palabra de la Administración Obama.
¿Resultados concretos? Ninguno, como de costumbre. Lo cierto es que el Primer
Ministro israelí se apresuró en desmentir la noticia, señalando que jamás había
aceptado la división de Jerusalén, la retirada a las fronteras de 1967 o el
derecho de retorno de los refugiados palestinos.
Cabe
preguntarse, pues, si después de las reacciones negativas suscitadas tanto en
Occidente como en Israel por el polémico discurso de Netanyahu ante el Congreso
de los Estados Unidos, esas revelaciones de última hora constituyen una llamada
de auxilio de la derecha israelí a sus fieles seguidores o… un golpe bajo de
quienes pretenden desacreditar al “halcón” de Wye Plantation en vísperas de unas
reñidas elecciones generales.
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