Hace
exactamente doce meses, titulaba mi primer análisis del 2014 con un
premonitorio Al Qaeda ha vuelto. Hubo
quien me tachó de pesimista, cuando no de alarmista. Y ello, por la sencilla
razón de que daban por muerto al movimiento islámico. Pero la presencia de
agrupaciones radicales en el Norte de África acabó con la autocomplacencia de
algunos políticos occidentales, muy propensos a olvidar la existencia de
constelaciones terroristas. Hace apenas unas horas, Al Qaeda irrumpió en el
corazón de Europa, firmando la condena a muerte de varios ciudadanos galos,
cuyo único crimen consistía en
defender la libertad de expresión. Una libertad mal entendida por algunos,
censurada por otros, rechazada por quienes desconocen las reglas de la
convivencia democrática.
El Viejo
Continente cruza el umbral del 2015 con numerosas incógnitas, con un sinfín de
preocupaciones generadas y estimuladas por la renqueante Pax Americana. En ese
contexto, conviene recordar que el mandato del Nobel de la Paz al frente de la
nación más poderosa del planeta logró reavivar la llama de viejos conflictos,
de serias desavenencias e insorteables obstáculos. ¿Alarmismo? No, en absoluto.
Para la
mayoría de los politólogos occidentales, el año entrante se presenta como un
conglomerado de problemas que requieren soluciones urgentes. La lista es
excesivamente larga. Nos limitaremos, pues, a analizar los más destacados,
siguiendo el recorrido de quienes lo hicieron desde las torres de marfil de sus
universidades.
El primer
ejemplo es, sin duda, el del Califato Islámico, extraño engendro de las
monarquías conservadoras del Golfo, que emplearon sus petrodólares para cambiar
la faz del mundo musulmán. Los jihadistas
que lograron borrar las fronteras de Irak y Siria no son valedores de la
democracia. Siguen los preceptos del ayatolá Jomeyni, que reclamaba hace ya más
de cuatro décadas la vuelta a las tinieblas del Islam primitivo. Su objetivo
primordial es la desintegración de los Estados árabes creados en la primera
mitad del siglo XX. Para lograr esta meta, deben acabar con la paz y la
estabilidad mundial. Curiosamente, entre sus aliados hay… ¡algunas potencias
occidentales! Sí, no cabe la menor duda: Al Qaeda ha vuelto.
Rusia es
otro de los centros neurálgicos de la inestabilidad planetaria. Si bien para
muchos analistas occidentales Vladimir Putin asestó un duro golpe al sistema de
relaciones internacionales avalado por el Memorándum
de Budapest de 1994, el Kremlin facilita una versión muy distinta de los acontecimientos
de Ucrania y/o la anexión de Crimea. Rusia teme que la expansión
germano-norteamericana al Este representa un peligro para la seguridad de sus
fronteras. En efecto, después de la integración en la OTAN de las exrepúblicas
bálticas – Letonia, Estonia y Lituania – y la reconversión de los Estados de
Europa Central y Oriental al capitalismo puro y duro, los últimos mordiscos de la Alianza, interesada por
otros candidatos potenciales – Ucrania,
Georgia y Moldova - presagian malas
perspectivas para el Kremlin. El sistema de seguridad transatlántico emanante
de la Conferencia de Helsinki de 1975 parece haber colapsado. Los parámetros
son diferentes. Y los parámetros implican nuevos enfrentamientos, sean esos
ideológicos o militares.
En Occidente,
el anquilosamiento del sistema de defensa ideado en los años 50, al comienzo de
la Guerra Fría, va parejo con los innombrables roces entre Gobiernos y Estados
pertenecientes al mismo bando. Un espectáculo deprimente, que desmoraliza a la
opinión pública y facilita el auge de movimientos radicales populistas y
xenófobos. Ni que decir tiene que el principal beneficiario de este desarme
moral podría ser… ¿Rusia?
Las
asignaturas pendientes de la Pax Americana
en el mundo árabe-musulmán son: Irak, Siria, Afganistán, campos de
batalla que han generado demasiadas víctimas mortales y cuyo porvenir es
incierto. Ello se debe, en parte, a los errores cometidos por los estrategas estadounidenses a la hora de
evaluar la problemática de los conflictos y, ante todo, al deseo de imponer
soluciones inviables para la mentalidad islámica. Ni que decir tiene que ello
puede repercutir de manera negativa en la percepción de la cultura occidental
por parte de los millones de musulmanes residentes en el Primer Mundo.
Queda otra
incógnita: China. Hasta ahora, los chinos se han limitado a comprar deuda
occidental e instalarse cómodamente en los países industrializados. ¿Simple
colonización económica? No, hay más. China aspira a convertirse en el siglo XXI
en la primera potencia mundial. Es muy probable que lo consiga.
Decididamente,
la Pax Americana no parece haber cumplido sus propósitos. O tal vez… ¿sí?
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