Trato de recordar cuántas
veces emplearon los políticos israelíes la palabra “irrelevante” a la hora de
aludir a sus interlocutores palestinos. La lista es muy larga; casi
interminable. La expresión fue acuñada en diciembre de 2001, pocos meses
después de los atentados del 11 S, por el entonces primer ministro israelí,
Ariel Sharon, quien tildó al presidente de la Autoridad Nacional Palestina,
Yasser Arafat, de “terrorista”, “asesino” y “personaje irrelevante” para en
proceso de paz de Oriente Medio. En septiembre de 2003, cuando las Naciones
Unidas aprobaron una resolución de apoyo a la causa palestina e,
implícitamente, al funcionamiento de la ANP, el Gobierno de Tel Aviv volvió a
utilizar el mismo vocablo: “irrelevante”.
En febrero de 2006,
después de la muerte (¿asesinato?) de Arafat, cuando su sucesor, Mahmud Abás
(Abu Mázen) intentó una mediación entre las dos grandes corrientes palestinas, Al
Fatah (laica) y Hamas (islamista), la entonces ministra de Asuntos Exteriores
de Israel, Tzipi Livni, siguió los pasos de Sharon, calificando al nuevo
Presidente de la ANP de… político “irrelevante”. La expresión se ha convertido
en el estribillo de la clase política hebrea. Aparentemente, todas las
iniciativas, véase logros de los palestinos son… irrelevantes.
Si bien no sucede lo
mismo cuando Palestina alcanza su reconocimiento internacional o la adhesión a
los organismos especializados de las Naciones Unidas, como por ejemplo, la
UNESCO, la palabra vuelve a emplearse cuando las facciones palestinas rivales –
Al Fatah y Hamas – tratan de sellar las paces. Fue lo que sucedió recientemente
en El Cairo, cuando los emisarios de la ANP y los representantes gazatíes del
Movimiento de Resistencia Islámica firmaron el acuerdo sobre la entrega del
control de Gaza a la Autoridad Nacional Palestina. El documento, negociado en
la sede de la Dirección de la Inteligencia egipcia, ponía fin a la rebelión de
los islamistas, quienes asumieron el control de la Franja en 2007, tras la
expulsión manu militari del personal
civil y los milicianos de la ANP.
El protocolo rubricado en
El Cairo contempla seis cláusulas, que tratamos de detallar a continuación:
· La Autoridad Nacional
Palestina asume, a partir del 1 de diciembre, la gestión administrativa de la
Franja de Gaza;
· Los jefes de los
servicios de seguridad de Gaza y Cisjordania estudiarán la creación de un sistema
de seguridad común;
· Los miembros de la
Guardia Presidencial de la ANP (unos 3.000 efectivos) se harán cargo de la
vigilancia de las fronteras de la Franja con Israel y Egipto;
· Durante la primera
semana de diciembre, se celebrará en El Cairo una reunión conjunta destinada a
evaluar la aplicación del acuerdo entre las dos partes;
· Una comisión de la ANP
se encargará de solucionar, de aquí al 1 de febrero del año próximo, el problema
de los 40.000 funcionarios públicos de Gaza. Unos 5.000 pasarán a desempeñar
sus funciones tras el traspaso de poderes. El resto, percibirá sus sueldos durante
el periodo interino;
· Las facciones que
firmaron el Acuerdo de 2011, que contempla la reconciliación y la celebración
de elecciones generales en los territorios palestinos, se reunirán en El Cairo
el 14 de noviembre; y
· Las partes estudiarán
las modalidades de un posible desarme o disolución de las Brigadas Izzadin Kassam,
brazo armado de Hamas. Hoy por hoy, la organización islamista de Gaza rechaza
esta alternativa.
El acuerdo, que prevé la creación
de un Gobierno de Concentración Nacional, alude asimismo a la “unidad de los
palestinos” con miras a acabar con la ocupación, la creación de un Estado
soberano en la totalidad de los territorios ocupados por Israel en 1967, al retorno
de los refugiados y al derecho de establecer la capital del futuro Estado en Jerusalén
Este.
Conviene señalar, sin
embargo, que un documento elaborado por la plana mayor de Hamas a comienzos de
2017 descarta el reconocimiento del Estado judío y/o cualquier opción política que
haga caso omiso del objetivo final del movimiento islámico: la liberación de Palestina
desde la orilla del río Jordán hasta el Mediterráneo, lo que implica la
desaparición del Estado judío.
No hay que extrañarse,
pues, que el Gobierno de Benjamín Netanyahu, haya rechazado tajantemente el diálogo
con Hamas, esa “organización terrorista” que figura en las listas negras elaboradas
por el Departamento de Estado y de Unión Europea. La condición sine qua non de Tel Aviv es que el movimiento de corte religioso rompa
definitivamente los lazos con el régimen de Teherán, su principal valedor en la
zona.
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